viernes, 19 de noviembre de 2010

Noviembre

NOVIEMBRE


Por Blas Jesús Muñoz

           Eran los días de la luz y la palabra, donde el oficio de tinieblas parecía rememorarse y cobrar un sentido definitivo. Quizá, se celebraba Santa Cecilia lejos de las fanfarrias tan del gusto de su tiempo. Quizá, ya sabía que las campanas que doblaban, pronto lo harían por él. Quizá, la palabra y la materia se hubieran aunado en un sentido último, esclarecedor. Quizá, más allá de la luz de la ciudad, otra se aventurara en playas desiertas. Las calles serían ajenas a su legado póstumo, venerado durante siglos en el nombre prestado de otras manos que cincelaron los nombres de la Pasión que él esculpiera. La portería de Amor de Dios no encontraría bandos ni pregones que lo despidiesen. Cerca de San Martín, no se escucharían a las plañideras dentro de la casa que lo despediría para siempre.

Nadie dejó sobre el lienzo un trazo de su fisionomía. El olvido se alió con su obra en una paradoja para que se le atribuyera a su maestro. Y la calle que lo homenajea  fue, por muchos años, la del Poyo. El Cristo de Vergara, el del Amor, el Gran Poder o la Virgen de las Angustias resistieron a aquel noviembre con la prueba escondida de su nombre, de su recuerdo, del hombre que veía a Dios en la realidad accesible de su forma y en la intangible de su propio misterio. Cuando los miras sabes que está ahí, en la humanidad de aquel Nazareno, en la potencia mística del Verbo.


 Puede que el mejor retrato de Juan de Mesa lo atestigüen sus creaciones, las mismas que te hablan de la infinitud interior de un hombre –mortal, enfermo y sin descendencia-, que, casi durante cuatro centurias, ha logrado conseguir que germine la devoción de miles de personas. Puede que la zancada de Jesús del Gran Poder o el rostro herido de la Virgen de las Angustias nos lleve, no a la imagen difusa del artista, sino a un sentimiento compartido que nos otorga una empatía difícilmente explicable a quien no la percibe. Puede que cada plegaria suplicada a los pies de sus Imágenes sea la misma repetida en la memoria colectiva de cada generación.

Era noviembre. Olía a barniz y a su último encargo no le faltaban tres días de trabajo. En San Martín las campanas repicaban a muerto y, tal vez, ya sabían que la historia tardaría, pero se cobraría la deuda con el imaginero cordobés, con aquel hombre que pasaba las horas con la mirada perdida en la madera, con Juan de Mesa y Velasco.




2 comentarios:

  1. Precioso artículo.
    Juan de Mesa vuelve a ser más cordobés aún con cada artículo como éste.

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