jueves, 22 de marzo de 2012

Así eran los faeneros

Si ayer hablábamos del artículo que ABC publicó el pasado sábado 17 de marzo sobre la situación actual de los talleres de nuestra ciudad, un día más tarde, esta vez de la mano del cofrade Antonio Varo, ABC Córdoba publicaba un curioso artículo en el que nos acercaba a la época de los faeneros, apoyado en varias charlas mantenidas con el capataz Rafael Sáez Gallegos, antiguo costalero y capataz de nuestra Cofradía.

Así eran los «faeneros»Los costaleros profesionales siguen siendo los grandes desconocidos de la Semana Santa cordobesa en los años de la posguerraPOR ANTONIO VARO / CÓRDOBADía 18/03/2012 - 10.03h (ABC)ABC
Se habla poco de ellos, y casi nunca bien. No se los conoce, ni se saben sus nombres ni qué los movía a meterse bajo los pasos. Son los «faeneros», los costaleros profesionales que durante medio siglo —desde antes de la guerra hasta exactamente 1983— llevaron sobre sus hombros las trabajaderas de los pasos que resistieron la invasión de las ruedas en los pasos. Y nunca o casi nunca se les hizo justicia, aunque sus capataces —fundamentalmente los fallecidos José Gálvez e Ignacio Torronteras y los aún vivos, y por mucho tiempo, Rafael Muñoz y Rafael Sáez— sí han recibido diversos reconocimientos.
Los «expertos» de hoy, que no conocieron esa época, dicen que no tenían técnica, que levantaban a la voz y no al martillo, que no ensayaban o que llevaban los pasos «de cualquier manera». Pero tenían fuerza, sin duda: el paso del Cristo de la Misericordia, que actualmente lleva 38 costaleros, lo llevaron ellos durante tres décadas y media con sólo 24, sin relevos y por trayectos mucho más largos en tiempo y espacio que el de ahora.
«Le tenían un gran cariño a las hermandades y una afición inmensa a su trabajo», afirma Rafael Sáez, veterano representante de la única dinastía cordobesa de capataces profesionales digna de ese nombre: su padre, Antonio Sáez Pozuelo (fallecido en 1974) ya fue costalero en la primera salida del Cristo del Descendimiento, en 1938, y la saga continuó con sus hijos Rafael, Antonio y Manuel, y sigue remozada con David Simón Pinto Sáez, contraguía del Señor del Calvario y, junto con su abuelo, de la Custodia de Arfe.
Cobraban por su trabajo, es cierto: 150 pesetas por procesión en 1961, 1.000 en 1975 y 3.000 en 1983, cuando realizaron su último trabajo. «Cobraban, pero algunos trabajaban en Barcelona y me llamaban unas semanas antes para confirmar que venían a salir, y desde luego el desplazamiento les costaba más de lo que ganaban», confirma Sáez, con lo que el motivo económico no era el único ni el principal. Y trabajaban todos los días de la Semana Santa: «Incluso, cuando la procesión terminaba a las tres o las cuatro de la madrugada y el día siguiente era laborable, como los horarios eran muy tardíos, algunos se iban sin dormir a la Lonja y allí descansaban tumbados como podían antes de empezar su jornada laboral», recuerda el veterano capataz.
Carga y descarga
Porque estos hombres trabajaban habitualmente en lugares como la estación de ferrocarril, cargando y descargando mercancías todo el día, o en las Lonjas, haciendo lo propio con sacos y cajas. «Estaban todos los días, durante muchas horas, cargando grandes pesos, porque era su trabajo, y llevar los pasos no les suponía un esfuerzo especial», evoca Sáez. Los ensayos simplemente eran impensables, y sólo durante algunos años se hizo algo parecido con los «faeneros» que llevaron el paso de palio de la Reina de los Mártires, después de que —tras unos años haciéndolo— dejaran de sacarlo los recordados «ratones» venidos de Sevilla, contratados por la hermandad de San Hipólito.
Estos hombres, lógicamente, tenían sus nombres, pero a casi ninguno se le recuerda. Hace unos años la tertulia cofrade La Trabajadera homenajeó al recientemente fallecido Emilio Perea, costalero que fue muchos años de la cuadrilla de José Gálvez y después de la de Rafael Muñoz, pero poco más. Sáez recuerda a algunos como Miguel Muriel o Manuel Ramírez, que trabajaron con su padre y con él muchos años, «pero sobre todo —informa con una sonrisa— entre ellos se conocían por sus apodos, como El Loco, Calzonetas, Rastrapinos, uno que se dedicaba a transportar maderas en un carro, el Feo, el Gordo, que era hermano de El Feo…». Y sobre todo, eran buena gente, que tenía muy metida su afición: cuando se acercaba la Semana Santa, mientras el capataz iba configurando la cuadrilla, muchos le decían: «Rafael, mi sitio es mío y que nadie me lo ocupe».
Sus trabajos se formalizaban siempre por contratos escritos, rubricados por el capataz y el hermano mayor o el diputado de procesión, en los que se señalaban las condiciones de trabajo: «La marcha de los pasos será continua y sin más paradas que los naturales descansos. El personal no se saldrá de los pasos más que una vez durante el recorrido. No se permitirá fumar, comer ni beber durante la prestación del servicio. Queda terminantemente prohibido mecer los pasos que deberán ser llevados con la serenidad y el majestuoso respeto tradicionales», dicen las cláusulas de uno de estos contratos.
La única salida que hacían era al terminar carrera oficial, y consistía en una detención —generalmente en la taberna Guzmán, detrás de San Hipólito— para tomarse un medio de vino, que corría por cuenta de la hermandad. También se les facilitaba un bocadillo al terminar la procesión y, si el hermano mayor lo consideraba oportuno, había después otra invitación pero ofrecida de forma particular por el responsable máximo: es lo que permitió que en ocasiones, pasada la Semana Santa, fueran obsequiados en la fábrica de cerveza El Águila, de la que era directivo empresarial el hermano mayor de San Hipólito.
Terminaron su trabajo, como queda dicho, hace casi treinta años bajo el Señor de la Oración en el Huerto. «No creo que vuelva a haber costaleros profesionales como ellos —afirma Sáez con contundencia—, ya no hay gente acostumbrada a la carga, esa fuerza, esa voluntad y esa capacidad de sacrificio ya no se ven». Pero queda de ellos el recuerdo y, al menos, el reconocimiento de que durante varias décadas no todos los pasos de Córdoba fueran llevados sobre ruedas.

Al finalizar dicho artículo, ABC publicó una pequeña reflexión que sobre dicho mundo de los faeneros profesionales, y su reflejo en los hermanos costaleros actuales, escribió David Simón Pinto Sáez, nieto de Rafael Sáez Gallegos.



DE FAENEROS Y COSTALEROS

Día 18/03/2012 - 09.53h
DAVID SIMÓN PINTO SÁEZ
Si alguien cambiara el sepia de aquellos años por el color de las fotografías de hoy, o aquellas camisas de manga larga bajo las gruesas mantas, por las camisetas de tirantes y los costales bien planchados, tal vez no habría demasiadas diferencias entre aquellos faeneros y los actuales costaleros; de hecho, estos últimos no son sino sus herederos. Aquellos nos legaron las cuadrillas, el pedir trabajo o incluso a los corrientes, los costaleros que, justo en el centro de la trabajadera, caminaban sobre las corrientes de agua que discurrían por el centro de las calles. Lo único que no nos llegó de entonces fueron los relevos.

Ya por entonces existían los faeneros devotos, aún cuando mediara un jornal de por medio, con ejemplos como la cuadrilla de Nuestra Señora del Mayor Dolor, compuesta en su mayoría por hermanos, primos y cuñados, bajo las órdenes de mi bisabuelo Antonio Sáez Pozuelo. Y por supuesto, faeneros que se pasaban por el negocio de mi abuelo Rafael Sáez justo antes de la Semana Santa para recoger el «trabajo» asignado, sin mayor relación con las hermandades que la que dictara el capataz. Devotos y profesionales, tal y como se llaman hoy.

Y al terminar, hoy hacen cola, de pie, para recoger su bocadillo y su bebida, herencia del pago de cuando no había qué comer. Olvidándose del consomé caliente que las madres y mujeres dejaron preparado en la cómoda cocina del hogar, pero que los retiraría de lo que todo buen costalero debe hacer… tal vez, para no separarse de lo que, a buen seguro, todo buen costalero debió ser.


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